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Foto del escritorRodolfo Terragno

Ni neoliberalismo ni populismo

El economista Daron Acemoglu y el politólogo James A. Robinson describen las bases y el modus operandi de ambas corrientes. Las dos, sostienen, se basan en “teorías que no funcionan”.


El título es un cebo. En todas partes lo aprovechan, tanto neoliberales como populistas. Cada uno selecciona maliciosamente ciertos párrafos y los exhibe como prueba de que el país empobrece por culpa de sus enemigos. Pero el libro es, de hecho, crítico por igual de los unos y los otros.



Cuatro premios Nobel de Economía (Kenneth J. Arrow, Gary S. Becker, Peter Diamond y George Akerlof) avalan la original teoría de los autores sobre “los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza”, subtítulo del libro "Por qué fracasan los países"


Sin usar los términos "neoliberales“ y "populistas" los autores (el economista Daron Acemoglu y el politólogo James A. Robinson) describen las bases y el modus operandi de ambas corrientes. Las dos, sostienen, se basan en “teorías que no funcionan”.


Acemoglu y Robindon avalan los principios liberales (propiedad privada, seguridad jurídica y custodia de la ley y el orden) pero advierten que son insuficientes y que, en determinadas circunstancias, pueden servir a la injusticia.


Para ilustrar la idea, recurren -como si fuera una fábula- a la situación de Barbados a fines del siglo 17. En esa colonia británica había derecho de propiedad, seguridad jurídica, ley y orden, pero sólo para 175 grandes hacendados; el resto de la población eran sus esclavos. La moraleja es clara: las minorías que concentran poder “extraen” en beneficio propio recursos del resto de la sociedad. Constituyen “instituciones extractivas”.


Hoy, esas minorías no podrían ser tan ínfimas ni tan absolutas como las de aquel Barbados (0,1o por ciento de la sociedad) y además las mayorías tienen una capacidad de resistencia que ni habrían soñado aquellos esclavos. Al menos en democracia; la situación es distinta en países a los que se refiere el libro: la actual Corea del Norte, el Zimbaue que gobernó Mugabe y, sobre todo, China. El libro cita a un comunista chino que sentenció : “Para conservar el liderazgo”, el Partido Comunista “debe seguir tres principios: controlar las fuerzas armadas, controlar los dirigentes y controlar las noticias”.

Pero existen, no sólo en los regímenes dictatoriales, “élites” que imponen “instituciones extractivas” , integradas por políticos ligados a grandes corporaciones.


Los neoliberales rechazan la idea de sustituir las élites por “Estados poderosos y suficientemente centralizados, capaces de imponer “políticas inclusivas” que caucen “oportunidades económicas para la mayor parte de la sociedad”.


Más belicoso es el rechazo de “libertarios” y “anarcocapitalistas”, como Giorgia Meloni (presidenta del Consejo de Ministros de Italia) o Santiago Abascal (líder del partido ultraderechista Vox, de España) que se ofrecen como guerreros dispuestos a terminar con las élites, a las que ambos prefieren llamar “castas”.


Acemoglu y Robinson son críticos del populismo. Hacen, incluso, referencia directa y exagerada a la Argentina: “Era uno de los países más ricos del mundo y tenía la población mejor formada de América Latina. Hubo un golpe de Estado tras otro e incluso líderes elegidos democráticamente que actuaron como dictadores depredadores”.


Hay organizaciones internacionales que pretenden corregir malas prácticas del populismo imponiendo (los autores admiten que de modo “intimidandorio”) políticas que encuentran resistencia.


En los 90, procuraron transformar los bancos centrales, dependientes de los gobiernos, que estaban obligados a imprimir dinero para financiar el exceso de gasto público, provocado en gran medida por subsidios y decisiones que apuntalaban el poder político de tales gobiernos. La idea era transformarlos en entidades independientes, como el Bundesbank de Alemania.


Algunos gobiernos impusieron formalmente esa independencia. Pero encontraron una manera de inutilizarla. Sin dinero “fresco” para expandir el gasto, decidieron financiarse mediante el crédito internacional: otro modo de provocar distorsiones económicas e inflación.


Pero hay algo en lo que se parecen el neoliberalismo y el populismo. El crecimiento económico y el cambio tecnológico implican —como dicen los autores, citando Joseph Schumpeter— una “destrucción creativa”. “Sustituyen lo viejo por lo nuevo. Lo nuevo atrae recursos que antes se destinaban a los viejos. Las empresas nuevas quitan negocios a las ya establecidas. Las nuevas tecnologías hacen que las habilidades y las máquinas existentes queden obsoletas. El proceso de crecimiento y el desarrollo tecnológico tienen ganadores y perdedores”. Los perdedores no son sólo determinados sectores económicos; son también los gobiernos, que ven comprometidas sus alianzas y bases de sustentación. Eso hace que bloqueen o propicien muy suavemente la innovación.


Acemoglu y Robinson abogan, en definitiva, por “instituciones políticas y económicas” que respetan el derecho de propiedad pero aseguren la igualdad de oportunidades y fomentan la inversión en habilidades y nuevas tecnologías”. Ellos encuentran rasgos de su ideal en potencias como Estados Unidos o nuevos países desarrollados, como Corea del Sur.


Queda claro que ni el neoliberalismo ni el populismo podrían sacar a un país de la pobreza o el estancamiento. Acemoglu y Robinson no lo dicen así, pero tal vez lo haría una fuerza democrática de “centro”, dispuesta a sustituir las instituciones “extractivas” por las “inclusivas”. Los autores advierten: “No existe una receta para lograrlo”.


Pero los premios Nobel que comentan el libro creen que Acemoglu y Robinson, al explicar lo que lleva al fracaso, siembra ideas para avanzar en su propuesta superadora:


○ “Una sociedad abierta, dispuesta a favorecer el concepto de Schumpeter de destrucción creativa y un auténtico Estado de derecho”.

○ “Un sistema político plural y abierto”.

○ “Instituciones políticas con voluntad integradora que apoyen a instituciones económicas de carácter inclusivo”.



Rodolfo Terragno es político, diplomático y periodista.

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