A raíz del viaje de Xi Jinping a Moscú, el pasado 20 de marzo, demasiados analistas y dirigentes occidentales descubrieron la existencia de la alianza chino-rusa, presentada en público el 4 de febrero de 2022.
Aquel día, en Beijing, Xi y Vladimir Putin firmaron una declaración titulada “Las Relaciones Internacionales entran en una Nueva Era”, en la cual proclamaron que la relación de China y Rusia es “superior a las alianzas políticas y militares de la era de la Guerra Fría” (textual). Y subrayaron: “La amistad entre los dos Estados no tiene límites” (textual).
Apenas veinte días después, Rusia invadió Ucrania. Putin no podría haberle ocultado a Xi que estaba organizando una inminente invasión. No cuando Xi estaba firmando un documento que convertía a China en aliada “política y militar” ilimitada.
Cuesta creer que tantos analistas alrededor del mundo hayan dicho que Putin mintió por omisión a Xi para prevenir que éste abortara la “operación militar especial”, como llamó Putin a la invasión.
Para explicar la falta de reacción de Xi ante semejante jugarreta, se dijo que, ante el hecho consumado, China había dado a la Rusia invasora un apoyo “aparente”, “renuente”, “débil” o “ambiguo”.
Nada menos que Foreign Affairs, la prestigiosa publicación norteamericana, dijo: “Está claro que la invasión de Ucrania tomó a China “con la guardia baja”. A su vez, Yun Sun, experta en China del Stimpson Center (organización norteamericana dedicada a las relaciones internacionales) sostuvo que Putin había jugado con XI, obviando la inminente invasión.
Quien no se engañó fue el presidente de los Estados Unidos, que advirtió: “Es necesario prevenir cualquier intento de Rusia de extenderse a Europa porque eso coincidiría con los planteamientos de China”. Por otra parte, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, advirtió que China y Rusia tienen un objetivo en común: impedir “una ampliación de la OTAN”.
Para impedir esa ampliación, ambos países desarrollan estrategias distintas pero complementarias . China no es beligerante pero coopera sigilosamente con Rusia.
Ucrania es sólo el campo de batalla de una guerra entre la OTAN y Rusia, que tiene China como principal beneficiario de un eventual triunfo ruso. El pueblo ucraniano es la desdichada víctima: toda guerra tiene como objetivo la población civil. Siempre, los agresores pretenden provocar una desesperación colectiva que termine por forzar la rendición.
Esta guerra no es nueva. Su fase inicial había cumplido casi nueve años cuando las tropas de Putin ocuparon Crimea y entraron a Ucrania por el Donbás (región pro-rusa del este de Ucrania, lindera con Rusia):
• En las negociaciones para la reunificación de Alemania, en 1990, el entonces presidente de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov, y el ex secretario de Estado norteamericano, James Baker, acordaron que Alemania (hasta entonces dividida en dos; una parte comunista, otra democrática) quedaría unificada como país occidental y sería miembro de la OTAN. A cambio, la OTAN no avanzaría “ni una pulgada” hacia el este.
• No obstante, en 1999 Estados Unidos creó el “Mecanismo de Plan de Acción (MAP)”, tendiente a incorporar países de la ex Unión Soviética a la OTAN. Ese año se incorporó Polonia, fronteriza de Rusia.
• La OTAN sancionó al año siguiente “Planes de Acción Individual (PAP)” para negociar la incorporación de varios países que habían sido soviéticos; entre ellos, tres que son, también, fronterizos con Rusia: Estonia, Letonia y Lituania, que se incorporaron finalmente en 2004.
• En 2008 el entonces presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, urgió la incorporación de Ucrania y Georgia, dos países que también limitan con Rusia. Contra esa iniciativa se pronunciaron Alemania y Francia, sosteniendo que tales incorporaciones alterarían el equilibrio de fuerzas entre Europa y Rusia: el mismo argumento que hoy utiliza Putin.
Actualmente, el mayor vecino de Rusia, Kazajistán, no es parte de la OTAN, pero mantiene con ella una “relación de cooperación”. Otro país limítrofe, Finlandia, se incorporó el martes pasado. Y Suecia negocia su ingreso • En 2014 se inició la Guerra del Donbass. entre el gobierno de Ucrania (apoyado por Estados Unidos más la Unión Europea) y los separatistas del propio Donbass (apoyados por Rusia y gobiernos de extrema izquierda).
• El mismo año, Rusia invadió Crimea y creó la República de Crimea, mientras que en el Donbass se constituyeron la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk.
• La guerra duró casi nueve años y dejó,según las estimaciones más moderadas, 14.000 muertos, 30.000 heridos, un millón y medio de desplazados y tres millones de indigentes. La guerra actual es una prolongación de aquella.
China no influyó en la Guerra del Donbass —que podía considerarse una guerra civil— pero apoya, sin decirlo, la operación militar de Putin.
Se sostuvo que esto no era así y que su plan de paz demostraba neutralidad. Esto, pese a que el plan consistía en hacer un alto el fuego y dejar las cosas como están.
Fue necesario que Xi fuera a Moscú para que esas versiones se desvanecieran. Allí firmó con Putin una declaración por la que China y Rusia se obligan a “profundizar la Asociación Estratégica Integral de Coordinación para la Nueva Era”.
En otro documento se obligaron también a “fortalecer la coordinación en la trilateral Rusia-India-China (RIC)”, evidenciando el afán de formar un megabloque (“El imperio ruso-chino”, en esta columna, 12.2.12).
La ambición de Xi tampoco tiene limites. Al despedirse de Putin le dijo: ”En el mundo se están produciendo cambios como no se han visto en 100 años, y somos nosotros quienes los impulsan”.
Es noble ayudar a la desdichada población ucraniana con donaciones, colectas y cobijo a los emigrados.
Pero se debe comprender que ésta no es sólo una guerra entre invasor e invadido, sino una confrontación entre Oriente y Occidente que, en uno u otro sentido, modificará el mapa geopolítico del mundo.
Rodolfo Terragno es político y diplomático.
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