Las mayorías pueden equivocarse. Pero aunque no tengan razón tienen el derecho, inapelable, a imponer su voluntad. Claro que sus errores tienen consecuencias, no siempre benignas. Esos errores suele ser inducidos por fanatismo, intolerancia, falta de información, ilusiones, simpatías o antipatías, distorsiones o engaños.
Las mayorías pueden equivocarse. Pero aunque no tengan razón tienen el derecho, inapelable, a imponer su voluntad. Claro que sus errores tienen consecuencias, no siempre benignas. Esos errores suele ser inducidos por fanatismo, intolerancia, falta de información, ilusiones, simpatías o antipatías, distorsiones o engaños.
En muchas elecciones, las mayorías votan, sin saberlo, contra sí mismas y el resto de la sociedad. Un ejemplo lo dio, en 2016, la mayoría de los británicos. Votó, en una referendo, que Gran Bretaña debía retirarse de la Unión Europea. Lo logró un empecinado líder político, haciéndole creer a media Gran Bretaña que la Unión Europea era una aspiradora que absorbía sumas de dinero y no dejaba recursos ni para la salud pública.
En el resultado de aquel referéndum, influyó el malestar causado por los males, económicos y sociales, que el país había sufrido.
Con frecuencia se da ese fenómeno: una sociedad descontenta con la situación en la que vive, siente que “cualquier cosa” es mejor.
Pero “cualquier cosa” puede ser peor.
El voto por el “Brexit” (como se conoce al abandono de la Unión Europea) se convirtió en una pesadilla para dos gobiernos.
Sin embargo, hace seis semanas, la mayoría parlamentaria eligió Primer Ministro a aquel abanderado del “Brexit”. Se trata de ese Boris Johnson, hoy conocido en todo el mundo por su lucha contra el propio Parlamento, medios de comunicación y hasta su propio partido, resuelto a que Gran Bretaña se retire de Europa el 31 de octubre, sin intentar ningún acuerdo. Cueste lo que cueste.
La mayoría de los británicos apoyó en el referéndum la idea de dejar la Unión Europea, pero no sabía lo que eso significaba. Las relaciones entre el país y esa Unión tienen la complejidad de un circuito electrónico. Hay una infinidad de normas, reglamentos, contratos, que no pueden romperse así como así.
Es necesario, por lo tanto tratar de que la separación tenga el menor costo posible para una y otra parte. Negociar, también, formas de cooperación que permitan retener una relación comercial preferente.
Johnson se niega.
Su obsesión es abandonar la Unión Europea sin acuerdo.
Esta semana, el Parlamento (incluidos 21 legisladores de su propio partido) votaron dos veces contra esa idea. Johnson expulsó del partido a esos 21 rebeldes.
Consiguió, por otra parte, que la Reina acompañara su decisión de cerrar el Parlamento entre el martes próximo y el 14 de octubre, con el fin de hallar una fórmula para imponer el “Brexit” incondicional, dejando al Parlamento sin tiempo para reaccionar.
Esto asustó a inversores y mercados, provocando así el desplome de la libra y el despegue de la inflación. A la crisis económica se agrega una crisis política. Sumadas, ambas han producido una situación anárquica.
Johnson había dirigido deslealmente la campaña pro ruptura con Europa. Para convencer a sus compatriotas no vaciló en mentirles. Sostenía que pertenecer a la Unión Europea le costaba a Gran Bretaña 18.200 millones de libras a cambio de nada. Ni eran 18.200 ni eran a cambio de nada. La Unión Europea otorga subsidios a la agricultura británica, asiste a las regiones pobres de país y financia una serie de investigaciones. Sin embargo, Johnson hizo circular por todo el país grandes ómnibus rojos con una leyenda gigante, en blanco: “Nosotros le mandamos a la Unión Europea 350 millones por semana. Hagamos que ese dinero vaya al NHS (Servicio Nacional de Salud). Vote que nos vayamos”.
Todo era falso. Además, Johnson ocultaba los beneficios que Gran Bretaña recibía de la Unión Europea, como subsidios a la agricultura y ayuda a las regiones más pobres. Peor aún, ignoraba los beneficios que tenía vender bienes y servicios en 27 países igual que en el mercado interno sin aranceles, sin aduanas, sin trámite alguno: fue un acto de corrupción.
Corrupto no es sólo el gobernante que se mete la plata del pueblo en el bolsillo. También lo es el que le hace el “cuento del tío”. Así lo entendió una jueza que, en mayo, citó a Johnson para que respondiera a los cargos que se le han hecho en tres querellas. Johnson se negó a declarar, y su abogado negoció con la Corte de Londres la revocación de aquel fallo. Un principio de impunidad, a favor de un hombre que ya era entonces el casi seguro Primer Ministro.
La semana pasada, el periódico francés Le Monde incurrió en un exceso de adjetivos para calificar a Boris Johnson; dijo que es un “mentiroso” “populista”, “bufón” “cínico” que está “dispuesto a todo”, Esta semana tales epítetos no suenan exagerados, aunque el que haya ganado la calle es “dictador” o, más despectivamente, “dictador de hojalata”. Si Johnson triunfara, el resultado sería muy dañino. Quienes fabrican en Gran Bretaña se quedarían sólo con el mercado británico y perderían uno de 477 millones de habitantes, equivalentes a la población de Estados Unidos y Rusia sumadas.
Nissan, Honda y Toyota ya han dicho que, se irán de Gran Bretaña si ésta se separa de la Unión Europea, Todo por haber seguido a un líder populista, falaz, que va por todo. A veces, las mayorías que quieren salir de Guatemala caen en Guatepeor.
Rodolfo Terragno es político y diplomático. Embajador argentino ante la UNESCO.
Copyright Rodolfo Terragno y Clarín, 2019.
Prensa: Alejandro Garat (011- 5327 0218).
Excelente artículo Dr. Terragno, como siempre.
Claro y poniendo al lector en conocimiento cabal de lo que está ocurriendo en Inglaterra desde hace un tiempo.
Lástima que el pueblo cree en las mentiras que le dicen y ese es el principio del fin.
Como comenté antes, la monarquía inglesa es un invariante, y la decadencia es el resultado del sistema. La reina, Carlos y Johnson son ejemplos de la decrepitud creciente.