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La ultraderecha y la libertad académica

  • Foto del escritor: Rodolfo Terragno
    Rodolfo Terragno
  • 12 nov
  • 4 Min. de lectura

Bolsonaro sostenía que la universidad liberal fabrica gays. Orbán prohíbe que se incluya la política de género en los programas de estudio. Trump congela fondos para investigación e impide la matriculación de estudiantes extranjeros.


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Los dogmas de la ultraderecha —contraria a la globalización y negacionista del cambio climático— están ganando espacio en las universidades de diversos países.


En el orden interno, la ultraderecha utiliza y amplifica prejuicios y sentimientos de buena parte de la sociedad: la inmigración, que “quita empleos”; la inseguridad, que “pone en riesgo la vida”; las políticas de género que son “contra natura” o la clase política, que es “corrupta e ineficiente”. En Europa, también el islamismo, que “licúa la identidad” social y es “portador de delincuencia”.


Esos prejuicios y sentimientos alcanzan hoy una difusión sin precedentes. El historiador italiano Steven Forti ha acuñado la denominación “extrema derecha 2.0”, porque la ultraderecha se vale ante todo de la telemática. Las redes sociales masifican —así como principios e ideales— también prejuicios y sentimientos.


Ese dogmatismo choca con el pensamiento crítico, la diversidad y el pluralismo. La libertad académica, en cambio, permite racionalizar, discernir y debatir. El académico canadiense Michael Ignatieff sostiene que la libertad académica y la democracia “dependen la una de la otra”.


Ignatieff impugna la política universitaria de la ultraderecha, que juzga similar a la que ejercían las “tiranías comunistas” del siglo 20.


La ultraderecha contraataca alegando que la universidad tradicionales son parte de la cultura woke: adjetivo que en Estados Unidos se aplicaba el siglo pasado a los inmigrantes africanos que luchaban contra el racismo y la discriminación. Hoy se emplea para ofender al progresismo.


Nadie ha ido tan lejos como Jair Bolsonaro, el ex presidente de Brasil, que recurrió a una sorprendente hipérbole. Para él, la universidad pública liberal (esto es, la que practica la libertad académica) “transforma a los estudiantes en gays, drogadictos y pervertidos”.


En la práctica, gobiernos de ultraderecha adoptan—sin el extremismo retórico de Bolsonaro—medidas opuestas a la libertad sexual. El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, prohibió los estudios de género, fundado en que esos estudios no eran “científicos”, ni “beneficiosos para el mercado laboral”.


Orbán, por otro lado, combinó el nacionalismo extremo y el cuestionamiento a la libertad académica para expulsar a una universidad que, además de extranjera, era progresista: la Central European University (CEU). La había fundado un megamillionario que ha donado 30% de su patrimonio neto a entidades del mundo que promueven la tolerancia, la no violencia y la libertad individual.


Se trata de George Soros, acusado por Orbán de fomentar la inmigración musulmana. Aparte de expulsar a la CEU, Orbán promovió una ley (llamada “Ley Stop Soros”) que impone un año de cárcel a los abogados y activistas que ayudan a los solicitantes de asilo.


En Estados Unidos, el presidente Donald Trump lleva a cabo una campaña contra la libertad académica. Exige a las más prestigiosas universidades cambios en sus estructuras, funcionamiento y orientación.


Alegando que no respetan las prioridades nacionales, congeló a seis universidades los fondos con los cuales Estados Unidos participa en la financiación de investigaciones científicas. Fue por un total de 4.285 millones de dólares


A una se las congeló por avalar a una nadadora trans (o, como se dijo en los fundamentos de la medida “permitir a un hombre competir en programas atléticos femeninos”). A las otras, por presunto antisemitismo.


A Harvard le congeló 2.600 millones de dólares porque la universidad no prohibió manifestaciones pro-Palestina en su campus. Harvard recurrió a la justicia, que declaró ilegal la congelación y dispuso que se le restituyeran esos fondos en el próximo ejercicio fiscal.


En otra resolución contra Harvard, Trump prohibió la entrada a Estados Unidos a estudiantes extranjeros con destino a esa universidad. Lo hizo “para salvaguardar la seguridad nacional”.


Mediante un comunicado de la Casa Blanca, Trump advirtió: “Harvard ha mantenido fuertes vínculos con adversarios extranjeros, y recibió más de 150 millones de dólares solo de China. A cambio, Harvard, entre otras cosas, ha acogido a miembros paramilitares del Partido Comunista Chino y se ha asociado con personas radicadas en China en investigaciones que podrían impulsar la modernización militar de ese país. El Partido Comunista Chino ha enviado a miles de funcionarios de nivel medio y superior a estudiar a instituciones estadounidenses, siendo la Universidad de Harvard considerada la principal escuela del partido fuera del país. La propia hija de Xi Jinping estudió en Harvard a principios de la década de 2010.”


El Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) ha denunciado que además de recortarle fondos e “interferir” en la libertad académica, el gobierno ha empezado a revocar visas de extranjeros que estudian en MIT. La presidenta del instituto anticipó que “si se hace más difícil que el talento del mundo” vaya a Estados Unidos, “se comprometerá el liderazgo científico” norteamericano.


La revista norteamericana Newsweek ha caracterizado al presidente con un lenguaje que excede la neutralidad periodística: “No es China. No es Venezuela. No es Cuba.Es el Estados Unidos de Donald Trump. El paradigma del capitalismo y el libre mercado, conducido por un hombre de negocios devenido en presidente, está poniendo patas para arriba todo lo que se supone que representa”.


La intención de Trump es clara: no trata sólo de afectar a la libertad académica; quiere que la educación superior sea un mecanismo de propagación ideológica.


Para eso, no vacila en tomar medidas contraproducentes. Según el QS World University Rankings, el MIT es la mejor universidad del mundo y Harvard la quinta. Por eso atraen a talento de otros países que hacen a la superioridad tecnológica de Estados Unidos.

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Rodolfo Terragno es político y escritor.

 
 
 

1 comentario


Mauricio Meglioli
Mauricio Meglioli
19 nov

Te estudios sobre la censura de los gobeirons izquierda. Lee otros autores

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